Junto con la última luna de abril,
tu presencia se desvaneció,
cuando la luz que trae la mañana
se filtró por mi ventana.
Al igual que ella,
sólo en el manto de la noche percibo tu esencia,
contemplando tus múltiples facetas,
con la esperanza, firme y serena,
de que, al menos a una, de nuevo veré.
Buscando abrigo sincero, me encontré cariño que es entregado a ratos
y aunque pareciera insensato,
embriagado bajo la historia de tus relatos,
con un beso, esa noche, acepté tu trato.
Fuiste efímera en esta ciudad y en mi vida,
caminando las veredas, te revelaba más que sus calles,
cada esquina te mostraba un fragmento de mi ser.
Bajo el manto estrellado, tus ojos reflejaban
las luces fugaces de un amor no dicho,
en silencio, las palabras se escondían,
como sombras que temen al día.
No sé si fui muy valiente o simplemente ingenuo
al atreverme a intentar desviar el curso de tu destino
dejando mi armadura a tus pies, en un gesto genuino,
pues ahora tus pasos resuenan en otra ciudad.
En tu partida cosechaste el cariño de mi ser,
que con paciencia cuidé,
sembrando esperanzas de un nuevo encuentro
que aún no sé si germinaré.