Los momentos en los que soy consciente
los paso cazando fragmentos de falsas alegrías,
siguiendo anzuelos que, al tirar de ellos,
me arrancan del contaminado lago de mi realidad.

Siendo la mano que tira de la caña,
quizás bondadosa al permitirme volver
después de vivir la experiencia
de respirar un oxígeno que no puedo procesar.
Tal vez cruel, al divertirse conmigo,
sabiendo que si el tiempo que me mantenga cautivo
en sus palmas se excede, el juego terminará.

¿Quién es el titiritero de esta obra macabra?
¿Es la vida quien juega, o soy yo el iluso
que danza al borde del abismo,
en un frenesí de emociones sin fin?
Sabiendo que sin beneficio alguno
acepto los bocados de carnada que flotan frente a mí,
ignorando el gancho que desgarrará mi ser.

Es que acaso uno se vuelve adicto
a vivir en el extremo de las emociones
que parecieran consumirlo lentamente,
¿El sobrevivir a ellas genera alguna satisfacción
mayor que la de simplemente vivir?

Mirar en el abismo y sentir su llamado,
¿es esa la droga que consume mi ser?
¿Es el borde del precipicio
más tentador que la llanura de la vida?

Es que acaso el coquetear con la muerte,
mirandola a los ojos por la posibilidad
de un beso que robe el último aliento,
es más excitante que abrazar la vida misma,
con su simplesa y momentos de calma.

La vida se desliza entre mis dedos,
como arena en un reloj,
y yo, el relojero distraído,
solo encuentro consuelo en el borde de la melancolia.

En este círculo vicioso,
¿Es la búsqueda de lo efímero
lo que me mantiene vivo, o una maldicion existir sin una vida?