No temo a que la muerte me encuentre,
sino a una vida llena de insatisfacción.
Es la idea de sentir en mi boca montones de tierra
incluso después de beberme un río,
lo que realmente me aterra.

Siento la frustración de un sueño roto,
aunque tenga en mis manos el brillo de la luna,
mi alma no aprecia lo que es esa fortuna.

Me aterra el reflejo en el espejo,
la imagen de un ser incompleto y perplejo.
Cuyo corazón late en un compás errático,
marcado por el ritmo de lo inalcanzable y drástico.

No temo a la muerte ni al destino,
sino a la vida sin sentido ni camino.